Guanajuato, Gto., a 15 de octubre de 2019.- “Nadando a contracorriente, me planto aquí nuevamente. Por vueltas que da el destino y al Festival Cervantino ya llegó el que andaba ausente”.
Así resonaron los versos de Guillermo Velázquez entre el frenesís de los violines y el trepidar el zapateado, a los pocos minutos de iniciar su actuación de este lunes en la Explanada de la Alhóndiga de Granaditas, en el regreso de los Leones de la Sierra de Xichú al Cervantino, luego de una ausencia que se prolongó por 11 años.
El conjunto guanajuatense, gracias al cual la tradición del huapango arribeño se ha difundido más allá de los confines de la región donde anida, en el noreste del estado, se plantó de nuevo en el mayor escenario de la “fiesta del espíritu” con el arsenal creativo que lo ha distinguido desde hace más de cuatro décadas: música, poesía, ingenio, raíz y la chispa inextinguible de su vigor contestatario.
Los Leones de la Sierra de Xichú no volvieron solos y para su espectáculo titulado “México es grande ¡y es mi país!” convocaron a más de una decena de invitados, no sólo de territorios sonoros afines al suyo: como el grupo Gorrión Serrano, de la Ciudad de México, el violinista potosino Diego López o la cantante poblana Victoria Cuacuas, sino también de aparentes antípodas: como el rapero Frido, el artista del beat box Luis López o el bajista Alonso Arreola, quien protagonizó un curioso duelo contra el zapateado de Vincent Velázquez.
Los compañeros de Guillermo Velázquez e Isabel Flores también convidaron a emisarios del estado invitado del Cervantino, que contrastaron el huapango con la melancolía y tersura de la chilena guerrerense, como el guitarrista Miguel Arizmendi y la cantante y bailadora Aline Mondragón.
Con los compases de “Somos los Leones de la Sierra de Xichú” arrancó la velada ante una Explanada de la Alhóndiga pletórica e iluminada por la luna llena. Enseguida, Guillermo Velázquez esparció versos que fueron manifiesto y afirmación: “Siempre en manos del azar. Huapanguero cien por ciento, no he dejado ni un momento de ser un poeta juglar”.
“México es grande ¡y es mi país!” llevó al público a lo largo de casi tres horas por distintos terrenos: el de la emotividad campirana y los cantos de amor a la tradición y las raíces; la angustia campesina por la sequía, la crítica directa a las desigualdades sociales y el de la aguda sátira lo mismo a actores políticos que a tendencias mediáticas y falsos modelos aspiracionales.
En la mejor tradición juglaresca, Guillermo Velázquez multiplicó sus roles: cantaba mientras rasgaba la huapanguera; a capella lanzaba décimas y rimas a la noche o escenificaba contiendas verseadas sobre Trump y la migración; los narcocorridos o el influjo deshumanizante de las nuevas tecnologías. Dedicó también un trecho de la presentación a anticiparse al Día de Muertos, compartiendo con el público las “calaveras” (o “calacas”) que dedicó a personajes del ámbito político, artístico y social.
Para el fin de fiesta, Los Leones de la Sierra de Xichú se reunieron en el escenario con todos sus invitados. Mientras sonaba el último huapango y danzaban las mojigangas, Guillermo Velázquez selló la noche con sus últimos versos: “Habrá buenas y habrá malas, pero hay horizonte y cielo. Y si alzamos el vuelo, no nos cortemos las alas”.