Abasolo, Gto. 22 de abril de 2024.- María Guadalupe Gamiño Espinoza es educadora en el Jardín de Niños Leona Vicario en la comunidad Estación Abasolo en el municipio de Abasolo. Con más de 10 años trabajando en esta hermosa profesión, se considera afortunada por tener la oportunidad de enseñar, guiar y ganarse el cariño de sus niñas y niños.
Para María Guadalupe, el mayor orgullo que le regala su carrera es el poder contribuir con los primeros aprendizajes de niñas y niños, el poder disfrutar de esa inocencia, esa chispa y el ingenio propia de sus alumnas y alumnos, “creo que como la inocencia de las y los niños no hay otra cosa igual en este mundo”.
Considera que ser educadora la impulsa a ser una mejor persona, pues cambia mentes y corazones, “más allá de cambiar la vida de nuestros alumnos o de sus madres y padres de familia, cambia también la vida de nosotros”.
Con la voz llena de nostalgia recuerda que hace 13 o 14 años recibió como regalo unos aretes, los cuales cuida mucho porque tienen un valor sentimental muy grande; hasta la fecha, cada que se los pone se llena de emoción, “los quiero, los quiero mucho, porque me recuerdan que debo ser una mejor persona, para sentirme digna del cariño de las y los niños”.
La anécdota de como recibió sus aretes la lleva siempre en el corazón, “tengo muy presente el primer obsequio que recibí por parte de uno de mis alumnos, incluso se dio antes de estar en servicio, aún cursaba mis estudios. Cuando era una estudiante normalista, asistía a los jardines de niños para conocer diferentes contextos, y en el mes de abril recuerdo haber asistido a un preescolar urbano al que después regresé hacia finales de mayo a fin de aplicar algunas actividades.
Narra que cuando llegó a la escuela se llevó una gran sorpresa, ya que la educadora la recibió y le entregó un pequeño obsequio, “me dijo que uno de los alumnos había llevado ese regalo para mí por el día del maestro… yo me quede como ¿qué?, pero si yo ni soy maestra, ni soy todavía su maestra, por qué se acordó de mí; yo no podía comprender cómo los alumnos podían querer o recordar tan fácilmente a una persona, eso hasta la fecha me recuerda que para dejar huella no se necesita mucho tiempo”.
“No hablo de la huella que los educadores podemos dejar en los estudiantes, sino de la huella que los alumnos pueden dejar en nosotros”.
Para la maestra María, ir cada día al encuentro de sus niñas y niños, de enseñarles y brindarles sus conocimientos es un motivo de alegría que disfruta enormemente.
Para finalizar, envió una felicitación a todas y todos sus compañeros en este día tan especial, que les recuerda las bondades de haber elegido ser educadoras o educadores.