Por José Eduardo Vidaurri Aréchiga
El reconocimiento de la histórica participación de las mujeres en los acontecimientos más trascendentales de nuestra nación, como la Independencia Nacional, no ha sido una constante, quizá porque la mayoría de las veces se les ha invisibilizado como parte de un mecanismo cultural de los escritores de la historia patria que han centrado su atención en el papel de los principales caudillos de la gesta insurgente.
Me parece relevante en esta ocasión, reconocer el importante papel que desempeñaron las mujeres en todas las etapas de la lucha por la Independencia Nacional: el inicio, la guerra de guerrillas y la consumación que, en este 2021, celebramos su 200 aniversario.
Las mujeres desarrollaron acciones de primera importancia para sostener la lucha por la independencia. Participaron de manera eficiente en las conspiraciones, generaron hábiles estrategias para servir como “correos” entre los simpatizantes de la independencia, diseñaron estrategias para el soporte y financiamiento de la causa, proporcionaron recursos para financiar la guerra, se desempeñaron como enfermeras, como cocineras y en no pocos casos fueron también combatientes que destacaron por su valentía y arrojo.
Adicionalmente, las mujeres estuvieron al lado de sus esposos, hijos y familiares dándoles aliento para proseguir en la lucha y, a cambio de ello recibieron malos tratos y humillaciones, desprecios e infamias y, así, han permanecido en el olvido de la mayoría de las páginas de la historia nacional que las ha tratado con indiferencia.
La vida de las mujeres en la época colonial y durante la Independencia no fue fácil, estaba llena de restricciones, la atención de las labores del hogar y el cumplimiento de sus obligaciones religiosas marcaban los límites de sus actividades. Pocas eran las mujeres que tenían oportunidad de destacar porque, aunque pudiesen acudir a la escuela, la lectura se orientaba a los temas religiosos. Más compleja era aún la vida de las mujeres pobres que adicionalmente tenían que observar mayor obediencia para evitar más discriminación. Haremos enseguida referencia a algunas de las mujeres que, a pesar de las dificultades de la época y de las circunstancias de la guerra, destacaron por sus acciones en favor de la libertad de la Nación.
Josefa Ortiz de Domínguez. Sin duda el inicio del movimiento de independencia, en la madrugada del 16 de septiembre de 1810, no hubiese sido posible sin la oportuna intervención de doña Josefa Ortiz de Domínguez que, a pesar de estar recluida en una recamara, logró darle la instrucción a Ignacio Pérez que tuvo que robar un caballo para dirigirse hasta San Miguel el Grande y notificarles a los militares criollos que estaban en la conspiración que habían sido descubiertos. Así pues, en medio de la incertidumbre, la traición y la denuncia, pero gracias a la audacia de doña Josefa el movimiento pudo iniciar.
Su destino fue la prisión en el Convento de Santa Teresa la Antigua de la Ciudad de México primero y, el de Santa Catalina de Siena, después. Cuando se consumó la Independencia se negoció su liberación, pero siempre rechazó cualquier tipo de recompensa por su contribución. Murió, a los 61 años, el 2 de marzo de 1829 en condiciones de pobreza.
Con todo, doña Josefa es afortunada porque ha sido tratada como heroína de la libertad nacional, aunque hay algunos casos en los que esto no ha ocurrido. Es verdad también que no hay mucha información al respecto de la participación de la mujer, salvo casos extraordinarios en los que se conocen algunos datos, en la mayoría solo se sabe del apodo o del apellido de las mujeres insurgentes. Veamos algunos ejemplos
Gertrudis Bocanegra, una mujer que nació el 11 de abril de 1765 en Pátzcuaro en el seno de una familia acomodada, con conocimiento del francés y del purépecha, fue apasionada por la lectura de las ideas de Voltaire y Rousseau, leía todos los libros que llegaban a su casa. Cultivó buena amistad con don Miguel Hidalgo y Costilla y desarrolló una gran simpatía por el movimiento insurgente.
Gertrudis Bocanegra sirvió como agente de los insurgentes dentro de la sociedad secreta de Los Guadalupes, una organización que distribuía información y mensajes y que además buscaba mecanismos de financiamiento de la causa insurgente. Su esposo Pedro Advíndula y su hijo, que luchaban en las tropas de Miguel Hidalgo, murieron en la batalla del Puente de Calderón en 1811. Entonces de manera decidida organizó su red de informantes en Pátzcuaro. Luego fue denunciada, arrestada, procesada y torturada para finalmente morir fusilada en la plaza de San Agustín en Pátzcuaro el 11 de octubre de 1817, luego de servir a la causa insurgente por siete años.
Mariana Rodríguez del Toro, esposa de Manuel Lazarín, fue una de las promotoras de la denominada conspiración del año de 11, el lunes Santo de 1811. La referida conspiración se inició cuando doña Mariana y su esposo se encontraban en su casa, en el centro histórico de la Ciudad de México, celebrando una amena tertulia, de pronto se escucharon algunos disparos acompañados del repicar de las campanas de catedral. Las autoridades de la Nueva España celebraban con estruendosa algarabía el arresto de Miguel Hidalgo y Costilla, los asistentes a la reunión hicieron gestos de aflicción.
Fue entonces cuando Mariana Rodríguez del Toro expresó a viva voz:
¿Qué sucede señores? ¿No hay hombres en América aparte de los generales que han caído prisioneros?, ¡Liberemos a los prisioneros, tomemos al virrey, ahorquémoslo¡. Los participantes en la reunión definieron entonces un plan para sorprender y arrestar al virrey que era, entonces, Francisco Xavier Venegas.
El Plan establecía que luego de arrestarlo lo entregarían a la Suprema Junta Gubernativa de América que encabezaba Ignacio López Rayón para que lo usara como rehén y pudiera negociar la independencia de la Nueva España. Doña Mariana y su esposo fueron delatados por José María Gallardo y en consecuencia arrestados, permaneciendo presos hasta 1820, a ella no la fusilaron porque argumentó estar en cinta y, aun presa, ultrajada y enferma, se dedicó a promover la causa insurgente. Debemos destacar la audacia y el valor de Mariana Rodríguez del Toro que murió en 1821.
María Petra Teruel de Velasco. Pocos datos tenemos de esta mujer que se dedicó a apoyar al movimiento insurgente con una estrategia pode demás hábil. Ella era esposa de un regidor realista que poseía haciendas azucareras. Proporcionó apoyo a los excombatientes de la independencia y siempre procuraba tener noticias de los insurgentes que habían sido arrestados para socorrerlos, al grado que llegó a empeñar sus joyas para contar son recursos financieros para continuar su noble causa.
Fue amiga de Leona Vicario, aunque no corrió con la misma suerte del reconocimiento a su labor, en la mayor parte de las referencias que localizamos sobre ella se le denomina “el hada protectora de los insurgentes”, Se sabe que ayudó especialmente en la última etapa de la lucha a Vicente Guerrero y a Guadalupe Victoria.
Leona Vicario. Su actuación fue decisiva para la consumación de la Independencia Nacional. Ella nació el 10 de abril de 1789 en el seno de una familia criolla con solvencia económica y recibió una esmerada educación que le permitió formarse un espíritu crítico. Siendo joven quedó huérfana convirtiéndose en heredera de una importante fortuna.
En 1808 Leona observó los momentos críticos de la monarquía española cuando Napoleón Bonaparte invadía España y el virrey José de Iturrigaray era depuesto por la fracción peninsular del Ayuntamiento de México. Cuando comenzó la lucha por la independencia Leona se sumó a la sociedad secreta de los Guadalupes y se convirtió así en informante y mecenas de la lucha insurgente. Leona era la líder de una red de mensajería y fue denunciada por conspirar contra el reino.
Leona se unió con Andrés Quintana Roo y juntos apoyaron a José María Morelos. Cuando se logró la consumación de la Independencia, Leona desapareció de la escena pública aunque reapareció con una carta publicada en El Federalista Mexicano el 2 de abril de 1832, que dirigió a Lucas Alamán en donde respondió a las acusaciones de heroísmo romancesco que le señalaba diciéndole:
“Confiese usted, señor Alamán, que no solo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que los deseos de la gloria y de la libertad de la patria, no les son unos sentimientos extraños”. Leona Vicario murió el 21 de agosto de 1842 a la edad de 53 años.